más tarde comprendería que los besos poco tienen que ver con el amor. sino en el mejor de los casos tienen que ver con éste. él hasta hace años hubiese desistido a juntar labios con cualquiera, salvo un par de veces que lo tomaron por sorpresa, hubiese pensado que era el mejor símbolo para sellar el inicio del amor.
fríos, no tanto, y sí inmóviles, un roce de indiferencia que ya ni respondía a un tema de ejercicio. y luego la mirada escrutinia aunque más desesperada, como buscando el alma y el susodicho amor, para sentarse un rato, separados por un muro a centímetros de la cama. y buscaba una excusa justificatoria u otro tema de qué pensar y fija su mirada inútilmente en la ventana de escape en movimiento que ella siempre escogía.
ahora piensa, dónde rescataré algún beso, que me robe la vida para resucitar en otra alma, dónde veré que brillen otros ojos cerrados y nadar en en ese almíbar que se extienden con los brazos y no alcanzan. dónde encontraré ese beso de playa de año nuevo en la noche. dónde.
quizá no sea necesario algo parecido. y se atreve a atacar alguna pícara impersonal, y la besa en el tono debido con dedos ágiles a una cítara, y sienta sus labios estremecidos del alcohol inopinado. y encuentra que también ahí hay un beso, una respuesta sin salida, un columpio de emociones, un autoservicio de extremidades egoístas. y el olvido.
o esperar a recoger las cenizas que reflejan esas rosas tristes, caminar sobre espejos rotos, con la esperanza de encontrar un espíritu símil, que no tema como él, sino a tener miedo de no luchar por una vida en el que digas, he(mos) amado mientras encuentras el beso. y la mirada. y el último final.
Los nadies (Eduardo Galeano)
Hace 11 años